MAESTRIA EN PSICOLOGIA JURIDICA Y CRIMINOLOGIA.

jueves, 5 de febrero de 2009

LAS OLIGARQUIAS MONARQUICAS EN MEXICO

¿QUIÉN GOBIERNA MÉXICO?
Denise Dresser
Es tiempo de que el gobierno atienda los intereses generales; no los de particulares. El beneficio de las acciones tomadas debe ser para todos.
¿Quién gobierna en México? ¿El Instituto Federal Electoral o Ricardo Salinas Pliego? ¿La Secretaría de Comunicaciones y Transportes o Unefón? ¿La Secretaría de Educación Pública o Elba Esther Gordillo? ¿La Comisión Federal de Competencia o Carlos Slim? ¿PEMEX o Carlos Romero Deschamps? ¿El gobierno o las televisoras? ¿Felipe Calderón o una serie de intereses que no logra contener? Ante los vacíos de autoridad y la captura regulatoria y las decisiones de política pública que favorecen a una minoría, la respuesta parece obvia. México hoy padece lo que algunos llaman “un Estado dentro del Estado”, o lo que otros denominan “una economía sin un gobierno capaz de regularla de manera eficaz. Eso –y no la caída en la productividad petrolera- es lo que condena a México al subdesempeño crónico.
Una y otra vez, el debate sobre cómo promover el crecimiento y cómo fomentar la inversión y cómo generar el empleo se encuentra fuera de foco. El gobierno cree que para lograr estos objetivos basta con tenderle la mano al sector privado en el sector petrolero, y el sector privado por su parte piensa que la panacea es que se le permita participar. Pero ésa es sólo una solución parcial a un problema más profundo. El meollo detrás de la mediocridad de México se encuentra en su estructura económica y las reglas del juego que la apuntalan. Una estructura demasiado top heavy o pesada en la punta de la pirámide; una estructura oligopolizada donde unos cuantos se dedican a la extracción de rentas; una estructura de complicidades y colusiones que el gobierno permite y de la cual también se beneficia. Una mezcla de capitalismo estatista y de capitalismo oligárquico –descrita en el libro Good Capitalism/Bad Capitalism and the Economics of Growth and Prosperity- donde el grueso del poder y la riqueza está concentrado en un grupo pequeño de individuos y familias.
Ese capitalismo disfuncional que explica la razón por la cual Javier Lozano –como funcionario de la Cofetel en 1998- decidió rogarle una prórroga a Unefon cuando no podía pagar la concesión que se le otorgó. Un ejemplo de tantos del Estado mexicano interviniendo para salvar y apoyar a un miembro de la cúpula empresarial privilegiada. Un ejemplo más de la discrecionalidad gubernamental orientada a crear “ganadores” económicos que dependan de su buena voluntad. Un ejemplo emblemático de lo que ocurre todos los días en múltiples sectores: líderes políticos que utilizan su poder para construir cierto tipo de relación con el sector empresarial o para extraer riqueza de él. Y el objetivo no es el crecimiento económico sino el patronazgo. La meta no es la modernización del sector empresarial sino llegar a un acuerdo mutuamente benéfico: a Unefon se le da más tiempo para pagar y a cambio se le cobran intereses que el Estado necesita para financiarse así mismo y a sus clientelas. Todos contentos con las reglas dobladas.
El problema surge cuando ese modelo comienza a generar monstruos; cuando ese apoyo gubernamental produce monopolios y duopolios y oligopolios que ya no pueden ser controlados; cuando las “criaturas del Estado” –como las llama Moisés Naim- amenazan con devorarlo. Así hay que entender la devolución gubernamental de 550 millones de pesos a Ricardo Salinas Pliego, por intereses supuestamente mal cobrados, un día antes del fin del sexenio de Vicente Fox. Un gesto de agradecimiento del Presidente saliente a quien le había prestado la pantalla a él y a su esposa. Una señal de doblegamiento ante el poder que los Pinos y la Cofetel y la Secretaría de comunicaciones y Transportes habían contribuido a crear. Una señal de debilidad del Estado mexicano ante el Frankenstein que a lo largo de los últimos tres sexenios engendró.
Esta criatura deforme –Unefon- que el gobierno parió y hoy lo demanda para que le entregue 3 mil 57 millones de pesos más. Ese Frankenstein de los muchos que intima a México y le impiden crecer, prosperar, competir, innovar. Ese capitalismo estatista/oligárquico en el cual el objetivo central del gobierno no es el crecimiento económico, sino mantener la posición de los privilegiados –incluyendo funcionarios del gobierno- que controlan los principales recursos del país. Claro, todos los miembros del gabinete de Felipe Calderón y todos los miembros de la cúpula empresarial hablan del crecimiento como prioridad central, pero más bien lo perciben como una variable residual. Más bien buscan –y duele reconocerlo- asegurar un grado mínimo de avance para mantener la paz social, pero sin alterar la correlación de fuerzas existente. Sin cambiar la estructura económica de una manera fundamental cuando al país le urge que eso ocurra.
Sólo así se entiende el comunicado lamentable de la Secretaría de comunicaciones y Transportes celebrando la alianza entre Telemundo y Televisa, cuando en realidad revela una claudicación gubernamental ante la posibilidad de una tercera cadena.
Sólo así se comprende que la Presidencia de Felipe Calderón no levante un dedo para sancionar a TV Azteca, cuado ha violado la ley al rehusarse a transmitir los spots del IFE mientras muestra alegremente los del FAP.
Sólo así se entiende la posposición ad infinitum en el Senado de una nueva ley de medios para promover la competencia en el sector.
Sólo así se comprende que la reforma a PEMEX deje sin tocar el asunto del sindicato.
Sólo así se entiende la decisión probable de permitir la entrada de Carlos Slim a la televisión sin obligarlo a cumplir con las condiciones de su concesión original.
Sólo así se comprende que el SNTE consiga más prebendas sin ofrecer reformas educativas de fondo a cambio.
Síntomas de un gobierno ineficaz. Señales de un gobierno doblegado. Muestras de un gobierno coludido.
Con efectos cada vez más onerosos y cada vez más obvios. Mucha riqueza, pocos beneficiarios. Crecimiento estancado, país aletargado. Intereses atrincherados, reforma diluidas. Poca competencia, baja competitividad. Poder concentrado, democracia puesta en jaque. Un gobierno que en lugar de domesticar a las criaturas que ha concebido, ahora vive aterrorizado por ellas. Decía Disraeli que la prueba para las instituciones es la condición del país que regulan. Ante el panorama patético que se abre para el nuestro, es imperativo que el gobierno de México se dedique a algo más que satisfacer intereses particulares, incluyendo los suyos. Su interés principal debe ser el interés público. Debe erigirse en instrumento para la creación de mexicanos educados, emprendedores, competitivos, prósperos. Y no perpetuarse como protector permanente de un manojo de Frankensteins que los asolan.
¿QUIÉN GOBIERNA?
Denise Dresser 21-04-08
Es tiempo de que el gobierno atienda los intereses generales; no los de particulares. El beneficio de las acciones tomadas debe ser para todos.
¿Quién gobierna en México? ¿El Instituto Federal Electoral o Ricardo Salinas Pliego? ¿La Secretaría de Comunicaciones y Transportes o Unefón? ¿La Secretaría de Educación Pública o Elba Esther Gordillo? ¿La Comisión Federal de Competencia o Carlos Slim? ¿PEMEX o Carlos Romero Deschamps? ¿El gobierno o las televisoras? ¿Felipe Calderón o una serie de intereses que no logra contener? Ante los vacíos de autoridad y la captura regulatoria y las decisiones de política pública que favorecen a una minoría, la respuesta parece obvia. México hoy padece lo que algunos llaman “un Estado dentro del Estado”, o lo que otros denominan “una economía sin un gobierno capaz de regularla de manera eficaz. Eso –y no la caída en la productividad petrolera- es lo que condena a México al subdesempeño crónico.
Una y otra vez, el debate sobre cómo promover el crecimiento y cómo fomentar la inversión y cómo generar el empleo se encuentra fuera de foco. El gobierno cree que para lograr estos objetivos basta con tenderle la mano al sector privado en el sector petrolero, y el sector privado por su parte piensa que la panacea es que se le permita participar. Pero ésa es sólo una solución parcial a un problema más profundo. El meollo detrás de la mediocridad de México se encuentra en su estructura económica y las reglas del juego que la apuntalan. Una estructura demasiado top heavy o pesada en la punta de la pirámide; una estructura oligopolizada donde unos cuantos se dedican a la extracción de rentas; una estructura de complicidades y colusiones que el gobierno permite y de la cual también se beneficia. Una mezcla de capitalismo estatista y de capitalismo oligárquico –descrita en el libro Good Capitalism/Bad Capitalism and the Economics of Growth and Prosperity- donde el grueso del poder y la riqueza está concentrado en un grupo pequeño de individuos y familias.
Ese capitalismo disfuncional que explica la razón por la cual Javier Lozano –como funcionario de la Cofetel en 1998- decidió rogarle una prórroga a Unefon cuando no podía pagar la concesión que se le otorgó. Un ejemplo de tantos del Estado mexicano interviniendo para salvar y apoyar a un miembro de la cúpula empresarial privilegiada. Un ejemplo más de la discrecionalidad gubernamental orientada a crear “ganadores” económicos que dependan de su buena voluntad. Un ejemplo emblemático de lo que ocurre todos los días en múltiples sectores: líderes políticos que utilizan su poder para construir cierto tipo de relación con el sector empresarial o para extraer riqueza de él. Y el objetivo no es el crecimiento económico sino el patronazgo. La meta no es la modernización del sector empresarial sino llegar a un acuerdo mutuamente benéfico: a Unefon se le da más tiempo para pagar y a cambio se le cobran intereses que el Estado necesita para financiarse así mismo y a sus clientelas. Todos contentos con las reglas dobladas.
El problema surge cuando ese modelo comienza a generar monstruos; cuando ese apoyo gubernamental produce monopolios y duopolios y oligopolios que ya no pueden ser controlados; cuando las “criaturas del Estado” –como las llama Moisés Naim- amenazan con devorarlo. Así hay que entender la devolución gubernamental de 550 millones de pesos a Ricardo Salinas Pliego, por intereses supuestamente mal cobrados, un día antes del fin del sexenio de Vicente Fox. Un gesto de agradecimiento del Presidente saliente a quien le había prestado la pantalla a él y a su esposa. Una señal de doblegamiento ante el poder que los Pinos y la Cofetel y la Secretaría de comunicaciones y Transportes habían contribuido a crear. Una señal de debilidad del Estado mexicano ante el Frankenstein que a lo largo de los últimos tres sexenios engendró.
Esta criatura deforme –Unefon- que el gobierno parió y hoy lo demanda para que le entregue 3 mil 57 millones de pesos más. Ese Frankenstein de los muchos que intima a México y le impiden crecer, prosperar, competir, innovar. Ese capitalismo estatista/oligárquico en el cual el objetivo central del gobierno no es el crecimiento económico, sino mantener la posición de los privilegiados –incluyendo funcionarios del gobierno- que controlan los principales recursos del país. Claro, todos los miembros del gabinete de Felipe Calderón y todos los miembros de la cúpula empresarial hablan del crecimiento como prioridad central, pero más bien lo perciben como una variable residual. Más bien buscan –y duele reconocerlo- asegurar un grado mínimo de avance para mantener la paz social, pero sin alterar la correlación de fuerzas existente. Sin cambiar la estructura económica de una manera fundamental cuando al país le urge que eso ocurra.
Sólo así se entiende el comunicado lamentable de la Secretaría de comunicaciones y Transportes celebrando la alianza entre Telemundo y Televisa, cuando en realidad revela una claudicación gubernamental ante la posibilidad de una tercera cadena.
Sólo así se comprende que la Presidencia de Felipe Calderón no levante un dedo para sancionar a TV Azteca, cuado ha violado la ley al rehusarse a transmitir los spots del IFE mientras muestra alegremente los del FAP.
Sólo así se entiende la posposición ad infinitum en el Senado de una nueva ley de medios para promover la competencia en el sector.
Sólo así se comprende que la reforma a PEMEX deje sin tocar el asunto del sindicato.
Sólo así se entiende la decisión probable de permitir la entrada de Carlos Slim a la televisión sin obligarlo a cumplir con las condiciones de su concesión original.
Sólo así se comprende que el SNTE consiga más prebendas sin ofrecer reformas educativas de fondo a cambio.
Síntomas de un gobierno ineficaz. Señales de un gobierno doblegado. Muestras de un gobierno coludido.
Con efectos cada vez más onerosos y cada vez más obvios. Mucha riqueza, pocos beneficiarios. Crecimiento estancado, país aletargado. Intereses atrincherados, reforma diluidas. Poca competencia, baja competitividad. Poder concentrado, democracia puesta en jaque. Un gobierno que en lugar de domesticar a las criaturas que ha concebido, ahora vive aterrorizado por ellas. Decía Disraeli que la prueba para las instituciones es la condición del país que regulan. Ante el panorama patético que se abre para el nuestro, es imperativo que el gobierno de México se dedique a algo más que satisfacer intereses particulares, incluyendo los suyos. Su interés principal debe ser el interés público. Debe erigirse en instrumento para la creación de mexicanos educados, emprendedores, competitivos, prósperos. Y no perpetuarse como protector permanente de un manojo de Frankensteins que los asolan.